Me copiaron y ni se molestaron en disimular
Cuando mi cómic Recuperando a Tony Eme se presentó el 23 de septiembre de 2024 en La Línea de la Concepción, nadie imaginaba que apenas dos meses después su estética serviría, casi punto por punto, para promocionar una película de estreno comercial. Pero eso es exactamente lo que ha ocurrido con el cartel de Desmontando a Lucía, una producción de Gramatan Producciones dirigida por Alberto Utrera y estrenada el 29 de noviembre del mismo año.
El parecido no es casual ni anecdótico. Basta comparar ambas piezas gráficas para apreciar la repetición de elementos esenciales: el fondo rojo intenso, la figura central de cuerpo entero en actitud frontal y desafiante, el contraste entre el blanco del título y la silueta oscura del personaje, así como la estructura tipográfica —un verbo seguido de un nombre propio en mayúsculas— que domina la composición. Incluso la relación entre el personaje y el título, integrados visualmente en el mismo plano, refuerza la sensación de espejo.
Intenté contactar con el director y con la distribuidora para pedir una explicación o, al menos, un gesto de respeto. Ni una respuesta. Ni un correo. Ni una disculpa. El silencio más absoluto. Y ese silencio, un año después, dice más que cualquier justificación.
Este caso no es solo una cuestión de derechos de autor, sino de ética creativa. En la era de la sobreproducción audiovisual, donde las ideas circulan con velocidad y las imágenes se remezclan sin control, el plagio gráfico se disfraza de «coincidencia». Pero hay coincidencias demasiado exactas como para ser inocentes.
Quizás este reportaje sirva para abrir una reflexión más amplia sobre la falta de respeto hacia la creación independiente y el modo en que las grandes plataformas y distribuidoras se apropian de conceptos que nacen en el ámbito cultural más modesto, donde aún hay pasión, riesgo y autenticidad.
Porque «recuperar a Tony Eme» no era solo un título. Era una declaración de principios.
Y lo seguiré recordando cada vez que vea un fondo rojo con una figura en el centro y un nombre propio en mayúsculas.
Ha pasado un año y el silencio sigue siendo su respuesta. Y ese silencio, lo confieso, me indigna más que la copia. Porque revela algo peor: la impunidad con la que se actúa cuando se piensa que nadie va a reclamar, que los autores independientes no tenemos voz ni medios para defender nuestro trabajo.
No reclamo propiedad sobre los colores rojo y blanco, ni sobre la tipografía. Reclamo algo más básico: respeto por la creación original. Cuando una obra pequeña, hecha con esfuerzo y pasión, sirve de molde a una producción con presupuesto y difusión nacional, lo mínimo sería reconocerlo. Lo mínimo sería decir«sí, nos inspiramos en eso».
Pero no. Silencio administrativo, arrogancia industrial.
Y mientras tanto, la imagen circula como si hubiera nacido de la nada.
Este caso, más allá de lo personal, revela un problema profundo: la facilidad con la que el trabajo de los creadores independientes es absorbido, reempaquetado y borrado de su origen. El sistema cultural tiene una asimetría brutal: unos crean con autenticidad, otros se apropian con marketing.




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