Cuando mi cómic Recuperando a Tony Eme se presentó el 23 de septiembre de 2024 en La Línea de la Concepción, nadie imaginaba que apenas dos meses después su estética serviría, casi punto por punto, para promocionar una película de estreno comercial. Pero eso es exactamente lo que ha ocurrido con el cartel de Desmontando a Lucía , una producción de Gramatan Producciones dirigida por Alberto Utrera y estrenada el 29 de noviembre del mismo año. El parecido no es casual ni anecdótico. Basta comparar ambas piezas gráficas para apreciar la repetición de elementos esenciales: el fondo rojo intenso, la figura central de cuerpo entero en actitud frontal y desafiante, el contraste entre el blanco del título y la silueta oscura del personaje, así como la estructura tipográfica —un verbo seguido de un nombre propio en mayúsculas— que domina la composición. Incluso la relación entre el personaje y el título, integrados visualmente en el mismo plano, refuerza la sensación de espejo....
El año pasado cursé vía online el Máster Internacional en Nuevas Retóricas en la Visualización de Datos de la Universidad de Helsinki, un programa exigente y estimulante que reunía a diseñadores, científicos y grafistas de más de veinte países. Después de iluminadas y nutritivas nociones sobre los conceptos claves en la visualización de datos y que duraron casi seis meses, comencé con los proyectos. El primero fue «¿Cuánto verde toca por cabeza?», una cartografía sobre el reparto del espacio verde urbano en las principales ciudades andaluzas. Detrás de cada cifra había una persona y un trozo de cielo. Pasé semanas ajustando escalas, buscando el punto exacto donde la geometría se convertía en presencia. Aquella visualización acabó siendo un retrato del aire que compartimos y del que a veces nos falta. El segundo trabajo, «Andalucía, mapa sensible del movimiento», explora la movilidad cotidiana como una forma de identidad. Cada desplazamiento —a pie, en autobús o en silenci...
Entro en mi estudio cada madrugada con una certeza incómoda: ya no pienso solo con mi cabeza. Pienso con mis manos, con el zumbido de los ventiladores, con el parpadeo del cursor y, sobre todo, con una constelación de cosas que no sé nombrar del todo. La inteligencia, en mi práctica, dejó hace tiempo de ser un solitario músculo biológico. Se reparte, se delega, conversa conmigo y también me contradice. En ese territorio ambiguo—entre lo humano y lo maquínico, entre lo consciente y lo que todavía no tiene nombre—es donde he ido encontrando mi lenguaje: la psicoinfografía. No la entiendo como una variante decorativa de la infografía, ni como un truco poético para vestir cifras con telas bonitas. La psicoinfografía es, para mí, una forma de pensamiento visible, una arquitectura sensible donde los datos, las emociones y el cuerpo aprenden a respirar juntos. Cuando trabajo, no traduzco números en barras; cartografío pulsos internos—ritmos de atención, recuerdos que laten, intuiciones que aú...
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