El arte de trazar mundos

El arte de trazar mundos


Trazar un mapa es dibujar el latido de la tierra,  

es capturar el pulso oculto que en sus venas fluye.  

Con cada línea, la mano dibuja sueños antiguos,  

los caminos que el viento susurró a los navegantes,  

las huellas que el sol ha dejado en los montes,  

los secretos guardados en los pliegues del horizonte.


Un mapa es más que una cartografía de distancias;  

es un relato de rutas olvidadas, de senderos que nadie ve.  

Es un poema de tierra y agua, de montañas que respiran,  

y mares que cantan historias en sus profundidades.


Cada trazo es un gesto hacia lo desconocido,  

una danza entre la precisión y el misterio.  

Aquí, un río se curva como un verso torcido,  

allá, una frontera surge como cicatriz en la piel del mundo.  

Pero, ¿quién dibuja las estrellas que guían al viajero?  

¿Quién marca el sitio donde las emociones se cruzan  

como viejas carreteras que nunca se tocan?


Los mapas son el eco de un anhelo de comprensión,  

el intento de hacer visible lo que siempre será distante.  

Y sin embargo, cada línea es un acto de esperanza,  

un intento de domesticar el caos, de ofrecer un refugio  

para aquellos que, perdidos, buscan un norte que solo ellos conocen.


Porque al final, ¿qué es un mapa sino una puerta?  

Un umbral entre lo que fue y lo que podría ser,  

un reflejo de tierras inexploradas dentro de nosotros,  

donde el horizonte no es más que el primer paso  

hacia el corazón de lo inmenso.




































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