¡Güell, very Güell!
Me encanta ver ese gesto de confusión cuando le doy una vuelta de tuerca a la pregunta de si pasé un tiempo en Barcelona. Siempre respondo que no, que donde realmente viví —más que pasar el tiempo— fue en el Paseo de Gracia, que no es lo mismo. Pasaba las tardes sentado en cualquier terraza de la Plaza del Sol, enamorado de esa mezcla de edades, razas y culturas para terminar en las cercanías de la sierra de Collserola o paseando por el Parque Güell a ver si me atravesaba el fantasma de Antoni Gaudí.
Por eso cuando Fon me dijo que no le habían aceptado la propuesta de crear un área para anfibios en la antigua piscina de Huerta Grande donde años atrás se bañaba el golpista Milan del Bosch durante su dorado encarcelamiento, no dudé en responder «¡Güell, very Güell!». Mi fraternal colega frunció el ceño y exclamó que demonios estaba diciendo. Ya en aquella época conocía la falta de interés —y de inversión— de la Junta de Andalucía por cualquier tipo de instalación que requiriera mantenimiento técnico, por eso me había preparado un Plan B. Le propuse convertir ese espacio en una representación orográfica del Estrecho de Gibraltar pero construido con trozos de azulejos, formando mosaicos al estilo del modernismo catalán. Nada de finos cromatismos ni de cerámicas esmaltadas. Lo único que deberíamos hacer era recorrer los establecimientos de materiales de construcción más cercanos y comprar los restos de las losetas descatalogadas, los pocos metros cuadrados de devoluciones en mar estado o incluso las piezas de los muestrarios ya en desuso. Reciclar y optimizar lo poco que nos daban. Lo necesario para hacer un Trencadís Super Cien.
Y con la ayuda de un albañil reconvertido en actor —como ya contaré más adelante— y la colaboración de algunos jóvenes del Centro de Menores La Marchenilla que se ofrecieron para aprender esta técnica ornamental tan antigua como mediterránea, comenzamos la construcción de lo que para mi barroco entender se convertiría en la pieza clave del equipamiento.
Y sigo sintiendo esa emoción de sentirme un gigante que se alza por encima de las colinas litorales, dejando abajo carreteras, ríos y ciudades, cruzando con un sólo paso todo un estrecho entre dos continentes. Toda una experiencia sentirse un titán que por unos instantes olvida su mundana vida entre los humanos.



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