Punto de Información del Parque Natural Del Estrecho
De limpiadores y consejeras
—¡Uy! ¡Qué bonito! —exclamó la señora del servicio de limpieza al entrar en la exposición.
Lo que parecía una inocente expresión de entusiasmo se convertiría, horas después, en un extraño ejemplo de la geometría oculta de la vida.
Allí estábamos, dando los últimos toques antes de la inauguración. Y, como si de la nada surgieran, empezaron a aparecer cada vez más burócratas de la Agencia de Medio Ambiente. Habían estado desaparecidos hasta ese momento y ahora merodeaban como animales nerviosos ante la inminente llegada de la gran diosa gubernamental.
Nosotros, mientras tanto, seguíamos a lo nuestro. El personal de Neos Rotulación —autodestruida años después gracias a la inmolación de su jefecillo— repasaba cada centímetro de vinilo. Javi, de la imprescindible AudioVisión, hacía oposiciones para el Circo del Sol subido en lo alto de una escalera, enredado entre cables, discos duros y monitores. Los responsables de Producciones Artísticas de la Naturaleza daban los últimos retoques a la escenografía de los fondos marinos. El Atlántico, por fin, estaba en el oeste y el Mediterráneo en su sitio correcto.
El director técnico y responsable de contenidos, Antonio Luna, se refugiaba bajo el manto protector de decenas de documentos repletos de análisis, comprobaciones y vistos buenos.
De nuevo me invadía esa sensación de irrealidad que siempre me acompaña en estos proyectos.
Fue entonces cuando llegó la primera emisaria de la Corte Imperial de la Consejería de Medio Ambiente: una rubia exuberante que ostentaba —sí, ostentaba— su cargo de responsable de comunicación. Entró con paso firme, chulesco, decidido, atravesando sin parpadear aquella versión actualizada de la escena del camarote de los Hermanos Marx en Un día en la ópera.
Todos nos paralizamos cuando, de repente, se detuvo y gritó:
—¡Quiero hablar con Antonio Luna!
Desde la retaguardia apareció Antonio, abrazando varias carpetas y forzando una sonrisa poco creíble. Entonces escuché este monólogo:
—Vamos a ver, Antonio, ya sabes quién soy y a qué vengo. Vamos al grano: ¿tienes el resumen de esta historia contado en menos de doscientas palabras?
Antonio, sin decir nada, le entregó con parsimonia un folio. Ella se dio media vuelta y salió por donde había entrado. Impasible a todas las miradas, chocó su hombro contra mi espalda para decirme, sin palabras, algo parecido a: “quítate de aquí, gusarapo”. Se detuvo en la entrada y, de nuevo, se dirigió a Antonio:
—Se me olvidaba: cuando llegue la consejera, te quiero cerca de mí. Espero que a ningún gilipollas de periodista se le ocurra pasarse con las preguntas.
Antonio levantó el pulgar en señal de asentimiento y, cuando la estrella de neutrones atravesó la puerta de cristal, se agachó para tirar todos sus papeles en una caja llena de basura.
—¡Uy! ¡Qué bonito! —exclamó la consejera de Medio Ambiente al entrar en la exposición.
Pophércules soltó una carcajada en medio del Estrecho.








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